Ira Levin. El cuarto de Verónica. Ed. Ultramar
Ira Levin (1929-2007), autor nordamericà d'obres de suspens més conegudes com La semilla del diablo, conta açí la història d'una parella jove de nuvis que es veuen involucrats en una estranya història després que una parella de vells els convencen d'anar a vore un retrat d'una jove morta que es pareix a la protagonista. Fantasia, suspens i terror s'estremesclen en aquesta obra.
La mujer y el hombre de unos sesenta años, tiene un aspecto agradable. La mujer viste con sencillez, el hombre lleva un traje azul arrugado y gastado. La chica tiene veinte años, es delgada, bonita, de largo pelo lacio. lleva pantalones anchos, un pulóver grueso con cuello cerrado y varios collares. El muchacho es corpulento y cuenta más de veinticinco años.
Mujer (leve acento irlandés al hablar): Este es el arompecabezas que estaba haciendo, exactamente como ella lo dejó. Se llama "Cazadores en la Selva Negra". Ochocientas piezas. ¡Y no tiene el dibujo en la caja para poder ayudarse! (La chica se acerca a la mesa. El hombre desenfunda el escritorio. El muchacho pasea y se aproxima a la pared para mirar brevemente un cuadro.) Ella hacía dos o tres de estos por mes, y antes de Navidad, el señor Brabissant se llevaba todos los que había armado el año anterior... y los guardaba en el baúl que está en el rellano de la escalera. ¿No viste el baúl de roble?
Chica: Sí, lo vi.
Hombre: Es una antigüedad valiosa ese baúl (Él también tiene acento.)
Mujer: Y regalaba todos esos rompecabezas, que cuestan diez y doce dólares cada uno, a los bomberos de Wlapole para que s elos dieran a sus hijos. A ella no le gustaba hacer uno que ya hubiese armado antes. Uno nuevo era como interesar en un numebo mundo, solía decir. Y por supuesto... (Sonrisa tierna)... ellos se lo consentían.
Chica: ¿Sabían que iba a morir?
Mujer: Sí, claro. En aquel momento no había esperanzas para casos agudos como el suyo. Ellos lo sabía y ella también lo sabía, desde que tenía quince años.
Chica: ¡Oh! (Mirando al muchacho) ¡Debe ser espantoso saberto, a esa edad! (Tiembla estremecida. El muchacho asiente con la cabeza. La chica vuelve a mirar a la mujer, que está doblando la cubierta polvorienta.)
Mujer: Sin embargo, nunca se dejó abatir. Siempre tarareaba una melodía, más feliz que cualquiera.
Hombre: (Encendiendo una lámpara sobre els escritorio) Susan, ¿por qué no te acercas amirar esto? En este lugar ella hacía los broches y pulseras que te contamos (La chica se aproxima al escritorio. El muchacho se dirige hacia la mesita de juego con las manos en los bolsillos, mirando a su alrededor. La mujer deja a un lado la cubierta.) Todas sus herramientas, el hilo de plata, trocitos de vidrio de color... Este broche lo hizo justo uno o dos días antes. (Se lo da a la chica.) Mira qué trabajo tiene.
[...]
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