divendres, 1 de març del 2013

I hui, què hem contes?


 

Cuentos a la orilla del sueño. 26 sonrisas y una ilusión. Ed. Fundación Theodora (payasos para niños hospitalizados)

 
Macedonia
(Pablo Albo - il. Pablo Auladell)
 
 
En la frutería de don Venancio todo estaba en su sitio.
El suelo abajo, el techo arriba, las moscas volando.
Las personas entraban por la puerta y el aire por la ventana.
 
Don Venancio no permitía que nada estuviera fuera de su lugar.
Ni peras ni plátanos
ni manzanas con naranjas
ni moscas en la lámpara
ni en los cristales.
 
Por eso en el cajón de los plátanos había solo plátanos;
en el de las naranjas solo había naranjas;
en el de las manzanas, manzanas;
y en el de las peras, peras.
 
Pero no solo eso.
 
Las manzanas no estaban todas juntas.
Había un cajón para manzanas amarillas en el que solo había manzanas amarillas; otro cajón para las manzanas verdes en el que solo había manzanas verdes y otro para las manzanas rojas en el que solo había manzanas rojas.

 
Además, para las peras había tres cajones: uno para las peras maduras, otro para las verdes y otro para las ni fu ni fa.
 
Y los plátanos estaban separados por tamaños.
 
"Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa", le gustaba repetir a don Venancio.
Todo estaba perfectamente organizado y exhaustivamente ordenados en la frutería...
 
... hasta que llegaba doña Leocadia.
 
Cuando doña Leocadia entraba a la frutería, don Venancio sentía que todo se le alteraba.
 
Porque doña Leocadia era una persona,
pero olía como las naranjas,
tenía los ojos verdes como las peras,
el pelo amarillo como los plátanos
y los labios rojos como las manzanas rojas.
Y todo junto, en ella. Y encima sonreía.
 
Pero no solo eso era lo que transtornaba a don Venancio de doña Leocadia.
Es que, además, doña Leocadia metía todas la frutas juntas en su carrito de la compra sin distinguir tamaños, colores ni nada.
 
Por las noches, cuando las frutas se quedaban solas en la frutería, imaginaban lo que doña Leocadia hacía con las compañeras que se habían ido con ella.
Pensaban que las llevaba a un lugar que ellas llamaban Macedonia.
Allí les quitaba la piel, la cáscara o lo que fuera,
dejaba solo la pulpa desnuda,
las partía en trocitos,
las mezclaba,
y antes de comérselas, las bañaba en miel y canela.
 
Todas las frutas de la frutería de don Venancio soñaban con ir a Mecedonia de la mano de doña Leocadia...
 
... y don Venancio también.

Il·lustració Dennis Wojtkiewicz.

1 comentari:

yo ha dit...

Podrías pedir permiso para utilizar la foto, no cuesta nada. Un saludo.

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